Obsolescencia programada

19 de septiembre de 2022

Cuando una se sabe cuarentona, pero se ve mona con su poquito de rímel y sus tres kilos de colorete, sus complementos de moda y su estar al día, se sabe cuarentona pero menos. Quiero decir, que una sabe la edad que tiene pero entre que te ves medio bien y que no dejas de escuchar aquello de que los cuarenta son los nuevos 30 y los 30 los nuevos 20 y así hasta el infinito, aun sabiendo que no es verdad del todo, una se lo cree, por mucho que una de veinte te mire en el bus sin saber si debe o no cederte el asiento.

Pero claro, esta realidad artificial que nos hemos montado no hay por dónde cogerla y no hay más que ir al médico para que te lance a la cara las verdades del barquero, como a una amiga mía a la que el ginecólogo le dijo que sí, que entendía que ella se viera muy joven y que en verdad lo parecía, pero que aunque su cara aparentara 35, su cuerpo, sus ovarios y sus óvulos tenían 45 y eso no había bótox que lo arreglara. Gracias. Y aunque la pobre se quedó estupefacta -en realidad ya lo estaba con sus foxy eyes- no pudo más que darle la razón.

Así que una empieza a entender que todas las conversaciones esas medio queja medio coñas que tenemos por whatssap cada mañana con las amigas y que creemos espontáneas en plan “me he levantado con el cuello como Robocop, menudo día me espera”, “me voy a tener que poner gafas porque últimamente me mareo al leer o será la novela que es un asco”, “qué coraje, que ya los fines de semana me despierto a las 8 y ya no me vuelvo a dormir” pasando por “hay que ver el garrafón que ponen ahora, que últimamente no supero las resacas” y el “tengo que cambiar de colchón porque tengo la espalda como Quasimodo”, revelan que todas esas dolencias que creemos casuales como cuando tenías 15 y te partiste el tobillo, son en realidad las mismas que en nivel más pro tiene tu madre y tus tías, quienes también luchan por ver quién gana en el número de manchas que le están saliendo en las manos o cómo se le ‘engarrotan’ las articulaciones, es decir, vejess.

Así que cuando el traumatólogo me dijo la semana pasada que tener el cuello lleno de contracturas, con algún dolor muscular e incluso mareos era, probablemente, debido a tener las vértebras desgastadas, no protesté. Cierto es que la palabra desgastada no fue de mi agrado e incluso fantaseé con lanzarle una patada voladora en su jeto de 30 años, pero me acordé del bótox en los óvulos de mi amiga y acepté, que no soy yo mucho de aceptar nada, pero acepté, sobre todo porque el médico estaba entregadísimo con todo lo que se podía hacer con unas vértebras de anciana como supuestamente estaban las mías y porque en cierta manera me agradaba ,que ya hay un montón de cosas de las que uno puede dejar de responsabilizarse y lanzar al saco de la vejez. Que ya no es porque adoptas malas posturas al sentarte, porque no haces natación, porque no andas erguida… ahora todo es culpa de la edad y del desgaste y eso en cierta manera, te exonera de toda culpa.

La parte negativa es que precisamente por eso, ahora los médicos creen oportuno hacerte muchas pruebas, imagino que para ver el calibre del desgastamiento orgánico y poder lanzártelo a la cara y, en esa línea, me obligaron a hacerme una resonancia magnética y meterme en el tubo como un cadáver, durante 20 minutos sin mover una pestaña y con el techo pegado a la nariz.

Era la primera vez que tenía que meterme entera en el tubo porque las que me había hecho con anterioridad eran de extremidades y aquello me pareció la experiencia más terrible de todos los tiempos, por mucho que estuviera abierto en los dos extremos o que tuviera la opción de pulsar el botón del pánico. Aquello fue como un corto de Chicho Ibáñez Serrador y a punto estuve de hacerme un Chus Lampreave y salir corriendo de allí, con la bata pierdedignidad enseñando las vergüenzas a los otros pacientes más acostumbrados a estas torturas que yo.

Pero por suerte, aguanté hasta el final. Eso sí salí de la clínica como si acabaran de hacerme una violación intergaláctica, con los pelos de la Bruja Avería y con cara de sonada en plan me acaban de abducir y me han soltado aquí, no sé quién soy, ni qué año es y me fui dando bandazos a mi casa, pensando en la gente que se hace pruebas de horas dentro del tubo y en la voz del técnico de la clínica advirtiéndome que, igual por los brackets, no acababan de salir nítidos los resultados y, en ese caso, habría que repetirlo. Repetirlo. Como si fuese una cita. Una cita con Hannibal Lecter, claro.

Así que volví a mi casa y me senté en mi sofá a abrazar a mis presuntas vértebras desgastadas, que aunque desgastadas mías son, acordándome de mi abuela que odiaba los médicos y echando de menos los tiempos en los que no me hacían caso y solo me daban un paracetamol. Y yo me quejaba. Como cuando me quejaba del brillo en la cara y me compraba unas toallitas para dejarme los pómulos secos como un ripio. Qué insensata es la juventud por mucho que tenga los ovarios y las cervicales a estrenar. Pero ya las tendrán destruidas, ya.

2 Comentarios

  1. Carmen

    Casi prefiero seguir devota del dios que reza que la edad es un simple número jajajja. Maremia que no se te ha escapado ni una. Valor el tuyo para soltarlo todo, de golpe y sin anestesia jajajj Muy bueno, Flor.

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  2. Mamagnomo

    Yo he llegado arrastrándome a los 40, ni me hables. Que los estoy estrenando.

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