En la vida hay cosas que cambian radicalmente cuando te conviertes en madre y que ya apenas se parecen ni de lejos a las que eran antes, vamos que antes podían ser un sueño idílico y con el libro de familia en la mano, una pesadilla, una pesadilla de las malas, como por ejemplo -un, dos, tres responda otra vez- ir a la playa.
Como buena señora del sur costero, siempre he sido fan muy fan de playa, sobre todo cuando una era jovenssuela y aún no reparaba en manchas en la cara, los melanomas y otros daños colaterales y todo era sol y sal y tumbing en la arena y risas y charlitas bocarriba y siestas bocabajo.
Por supuesto directamente en la arena, con una toalla y poco más, pudiendo hacer las posturas más imposibles porque en esas épocas ni lumbares ni cervicales ni tirones algunos, que bien podríamos haber sido campeonas de gimnasia sin darnos cuenta. Luego, con los años, llegó la época de las hamacas, con tinto de verano, sombrilla y chiringuito molón, musiquita chill y cara de guay y con mi sombrero panamá y con más pulseras de las que mi muñeca podía soportar, tomando el sol después de hacer unos largos en el mar y notando cómo se secaban las gotas de sal en las piernas perfectamente depiladas. Maravilla.
Pero claro, luego llegan los niños y ya todo es caos y tendencia al suicidio, mascando arena y crema solar a partes iguales, pidiendo disculpas a los vecinos playeros y preguntándote por qué no vives en Soria y te libras de estos menesteres.
Al principio intentas mantener la dignidad de madre moderna de revista pero la cosa no fluye, lo que antes te cabía en una mochila o en un capazo, ahora precisa de tres bolsos tamaño esconder un cadáver o paso familiar del Estrecho, lleno de cremas solares, gorras, piscinas de plástico, cubos, palas, rastrillos, minitiendas del decathlón y dos millones de cosas más. Luego se van haciendo mayores y tocan las aletas, las gafas de sol, los tubos, las paletas y las pelotas hincadas en la frente, el mírame mamá como nado, anda báñate que está caliente y el por favor déjame que te entierre y tú con los brazos como Popeye untando crema con arena como un exfoliante natural a diestro y siniestro, abriendo tupper de fruta calentorra y desencajándote las caderas en el mar mientras los niños juegan a pasar por debajo ‘estrosándote’ viva y sin poder echarte una gotita de algo que no sea factor 50, vaya que al rozar al niño se acabe quemando.
Por supuesto, abandonas la hamaca y el chiringuito, el chill out y el postureo y vuelves a la toalla hecha un ocho para poder vigilar a dos cuartas de la orilla, pero ya con el cuello de Robocop a la mínima de cambio, las lumbares destruidas y el culo dolorido de los chinos de debajo y entonces y sólo entonces, cuando asumes que la toalla ya no es lo que era y que no te queda ni un ápice de glamour que defender, llega el momento de la pérdida de dignidad playera absoluta con la llegada de la criptonita de la juventud, la silla.
He de decir que yo era de las que renegaba de la posibilidad de usar una silla antes de los 60, pero también creía que tendría una colección de bolsos de lujo a los 40 y mírame, así que después de observar con envidia a las señoras provistas de silla y no ganar para diclofenaco, el año pasado me vine arriba y me compré no una sino tres, para el pater, la pelirroja y yo misma, eso sí, de las bajitas para mantener un hilo de jovialidad.
Pero no todo es lujo y comodidad, primero porque hay que llegar a la playa como la señora del Castillo Ambulante, dándote porrazos en los tobillos y en la dignidad, segundo porque luego hay que buscar un hueco considerable para tanto mobiliario playero y fundamentalmente, porque los pelirrojos en mi caso siguen siendo meteoritos playeros y dan tanta o más guerra que cuando eran pequeños con o sin silla.
Así que la silla no es la respuesta a todo mal, pero ayuda. A las cervicales y a la miopía para ver al niño medio ahogarse de cerca y a la niña a hacer el pino ladeado, aunque eso sí, si ves llegar a algún conocido de esos que aún no son padres y van en toalla o en hamacas, lanzas el cuerpo a tierra como un legionario, que una puede ir a la playa con la cara blanca verdosa de quien antaño fue morena y los pelos de Marcelo del terral malagueño, pero para admitir in situ que una es usuaria de silla aún me faltan al menos dos veranos. O tres. O cuatro.
Lo que he reído!! Tal cual lo vas diciendo. Aguanta un poquito, en plan, que ya en nada llega la etapa del, con todos menos con mamá y una finge sentirse mal y a punto de lagrimear por aquello de no quedar, en plan, mala madre. Pero esa etapa es la gloria bendita, en plan, por fin libre. Aunque me queden secuelas, tipo, en plan.
Jajajaja, iré preparando el papel de madre abandonada y sufridora y haciendo acopio de bronceadores por debajo del 30. Emossión.
Jajajaja Yo estoy en el momento silla, sombrilla y nevera portátil..Lo único que no hago es ir a la playa a las 8 de la mañana a coger sitio, de eso me niego, pero todo llegará jajajaj Besos desde una cola intermknable de Disneylanf .. Ríete tu de las niños en las playas, aquí si que están desnatados jajaj
Interminable.. disneyland y dedatados jajaja que entre el gentío, el sol y los mareos de las atracciones no atino una … 🤣
En Disneyland!!!! Qué envidia!
Pues yo, aunque tenga un púber y una adolescente, tambien tengo una edad, así que el año pasado ya me compré mi silla y tan ricamente. Y cada niño lleva su mochila correspondiente. Eso sí, mis hijos, en cuanto ven que te intentas relajar un microsegundo ya los tienes encima con ataques repentinos de hambre, sed, peinados varios. Y a la que te descuidas, te han tirado de un pie para meterte en el agua.Vivo a 5 minutos de la playa pero, solo pensar en ir cada día, me consume 1 año de energia.
Jajajja, Rosa Mai, cómo te entiendo!
Así es y asi será siempre.
Yo llegué a la etapa de la silla antes de tiempo porque fui abuela joven y es mas cómodo para dar biberones y dormir al nieto.
Pero ahora con un buen libro en una mano y una cervecita en la otra lo disfruto mucho.
Ohhh, qué bien suena…
Yo pasé al modo silla hace mucho, creo que sobre los 35. Eso sí, los míos después de ponerles spray f.50 que pringa menos molestan poco, me toca bañarme con ellos pero todo lo que sea sobre arena es cosa del pater. Voy con mi libro y mi sombrero (la cara protegida siempre)