Cuando la gente me dice lo afortunada que soy por teletrabajar en lugar de tener que desplazarme a la oficina como hacía antes, la perdono casi siempre porque entiendo que en su mente de personas cuerdas no pueden ni hacerse una idea del circo que cada mañana tengo montado en casa, sobre todo en época de vacaciones pelirrojiles.
Empiezo a trabajar a las 8 y al principio del teletrabajo y haciendo caso a las instrucciones que una vez leí en una revista, me duchaba, me vestía de calle y hasta me maquillaba, por aquello de mantener la compostura laboral aunque estuviera redactando informes frente a una pared. Aquello, obviamente, me duró como dos semanas y a partir de ahí, el estilo homeless se apoderó de mí, porque tengo mucho sueño, porque estoy muy enfadada por las mañanas y porque tengo mucho frío o mucho calor y me niego a todo.
Así que trabajo en pijama, generalmente uno que sea muy cómodo y, por ende, muy feo y viejo, un moño mal hecho y sin peinar en la coronilla, calcetines aunque sea verano -esto es un problemita que tengo- y con la cara lavada. Y no, no es la cara lavada de las modelos. La mía es la cara lavada de persona a punto de dar el estertor de la muerte y con la mirada perdida de perturbada con 5 horas de sueño en el cuerpo. Un cromo. Un cromo de terror.
El aspecto daría igual si no fuese porque cada mañana, mi casa se convierte en el camarote de los Hermanos Marx y al final, acabo viendo a más gente que cuando tenía el trabajo presencial, lo que sumado a las llamadas, los ruidos, los pelirrojos, el portero electrónico y el afilador cantando por la ventana, es un infierno muy grande.
Yo me levanto cada mañana cuando el pater ya se ha ido y con la vocación de creer en un mundo mejor, pero no me ha dado tiempo a encender el ordenador y a colocar mi gigantovaso de cocacolazero en la mesa, cuando aparece el pelirrojo por el pasillo, con la cara exponencialmente más grande de lo habitual por el sueño profundo, reclamando colacao y el mando de la tv para ponerme en la oreja vídeos de youtubers majaras gritando cómo hacerte una cámara de seguridad con una caja de cartón.
No me da tiempo a protestar cuando suena el portero y es un repartidor, puede ser el de Amazon, que directamente me lanza el paquete a la cara desde debajo de la escalera o el señor de Seur, que sabe mi nombre y al que le viene bien quedarse en el quicio de la puerta de 15 a 20 minutos y darme charla sobre cualquier tema que considere oportuno mientras yo en pijama, sin peinar, con mi coco y mi cara de fumadora de crack fantaseo con tirarme por el ojopatio.
Luego, cuando se va y ya consigo que el pelirrojo se meta en su cuarto a pegar voces con los amigos mientras juegan a juegos muy violentos e impropios para su edad, negociando quién va a ganar esta vez o a quién le toca llevar el fusil de asalto, tengo un ratito libre hasta que desde casa de la vecina empieza a escucharse una especie de predicador peruano a voz en grito y con una entonación muy afectada. No sé si es un curso online y este señor es un tutor demasiado motivado o si es una videoconferencia de algún tipo. Sólo sé que es diaria y que parece el líder de una secta gritando desde mi salón.
Luego me llama mi madre, que no entiende que teletrabajar es también trabajar y tiene a bien llamarme para que le pida una cita médica o dos, para que le recuerde cómo terminaba ‘Esplendor en la hierba’, contarme los últimos desplantes de su doctora ‘porque esta vez sí que me cambio’ o el más reciente cotilleo familiar.
Entretanto, la pelirroja entra en escena, con los pelos de Juan Tamariz y muy enfadada con el mundo. Un par de gruñidos a modo de saludo, un reguero de nocilla restregada por la encimera y nuevamente a sus aposentos para escuchar tiks toks odiosos que se funden con el predicador peruano, las estrategias militares del pelirrojo y en el mejor de los días, la secadora del vecino que es como un reactor nuclear, mientras yo finjo que nada me afecta y soy la trabajadora del año.
El portero electrónico suena como dos o tres veces más, la mayoría guiris aún borrachos haciendo la gracia o gente que se equivoca pero, claro yo no lo sé y tengo que contestar porque a veces son los repartidores de publicidad, el cartero misterioso que es el ser más borde del mundo y que nunca me aclara si va a subir a dejarme algo o si lo que quiere es acceso al portal y me deja con mi estilo homeless en el quicio de la mancebía esperando.
A veces la que llama es señora Magalis, que es una señora de mil años testigo de Jehová que una vez que nos trajo una de sus revistas que cogemos por educación, estaba medio malucha y el pater la acogió en casa un rato y desde entonces es su mejor amiga, a pesar de que sabe que pasamos de sus revistas terroríficas llenas de llamas de fuego, leones y gente multirracial riendo, que yo soy católica y el páter medio ateo. Pues ahora como ya es demasiado mayor para subir las escaleras, llama para que bajemos a por la revista o a saludarnos y como somos buena gente y señora Magalis también y tiene como cien años, pues me toca bajar a saludar en nombre del pater que no está en casa y agasajarla un rato con mis pintas del Bronx.
Otras veces es el señor del Mercadona con su carrito eléctrico que sube los escalones de tres en tres y hace un ruido infernal y también me deja esperando con la puerta abierta hora y media si es para mí o sólo escuchando el soniquete si es para los vecinos.
Y todo esto mientras trabajo y hago llamadas importantes a escondidas, como si estuviera hablando con un amante secreto, porque en cualquier momento, el predicador peruano entra en éxtasis y eleva su discurso motivador, se escucha al pelirrojo gritar ‘Ahora me toca matarlo a mí’ o las gaviotas del tejado entran en modo furia chillando como niños diabólicos y tampoco es plan de aterrorizar a mi interlocutor y hacerle creer que estoy metida en una secta sanguinaria.
Total, que cuando por fin puedo cerrar el ordenador, tengo la sensación de haber estado picando piedra y la cara y los nervios del sombrerero loco, pero luego llega el pater y me dice ‘Tú no lo ves, pero tienes mucha suerte de poder trabajar desde casa’.
Qué hago, Súper ¿me mato?
😂😂, Todo cierto. Aún así a mí me gustaría teletrabajar a veces, y sueño con ese moño
Pues casi estoy para decirte que eso de teletrabajo no suena de bien jajajjj Eso tiene toda la pinta de…pero ya veo que te has dado cuenta. Ya me parecía a mí que cuando lo venden tan bonito…había gato encerrado. Ánimo, que en nada nos jubilamos y nos espera el paraíso. Alguna motivación hay que tener jajajj
Jajajaja Madre miaaaaa.. Yo tuve a mi marido en casa un mes y me iba a disparar.. Mil llamadas desde diversos puntos del planeta, el habla cinco idiomas y a veces te parecía que tenía en casa a un alemán hablando enfadado y medio escupiendo, a un francés acaramelado que sonaba muy mono, al inglés o al italiano que es para comérselo.. Ahora tenía una reunión y se ponía camisa y corbata, después se quitaba todo y se ponía una camiseta , a la hora tenía otra reunión online y se ponía otra camisa porque se olvidaba donde había soltado la primera.. Un día recogí hasta 5 prendas diferentes.. Todo esto, en una casa de 3 plantas en la que la gente me devia que tenia suerte porque al ser grande cada uno tendria su espacio.. Y una mierda, yo no podia hacer ni ruido porque nunca sabía donde me lo iba a encontrar hablando en sus mega reuniones .. Lo mejor, los cien aperitivos que nos hicimos jajajaja Pero a la mínima que pude le di una patada en el culo y le mandé a su oficina .. jajaja
Vida perra la tuya querida.. Te compadezco pero me alegro de todas las cosas que te pasan para echarnos unas risas … Besosss
Me meo… Yo no trabajo fuera (diríase que estoy viviendo actualmente una especie de «día de la marmota». Pero tengo un adolescente y un púber que no entienden que yo pueda tener más pretensiones en esta vida que freir croquetas y que sólo se acuerdan de decirme algo cuando me ven en teclear en el ordenador. Y lo que tiene no trabajar fuera y ser la única vecina del bloque que está en casa de 8 a 5: Amazon, el sr. del gas, el sr. del agua, el cartero, etc…Y si le sumamos las llamadas de teleoperadoras varias… Y la vecina que se deja las llaves… No se que habría sido de mí si hubiera tenido que teletrabajar en una empresa en la que todo el mundo pedía hablar conmigo.