Destacar un día horribilis cuando eres una señora trabajadora, madre de dos pelirrojos y estás, como diría Chus Lampreave, mala de los nervios, no es tarea sencilla, básicamente porque casi todos lo son, para qué vamos a engañarnos. Así que éste que os vengo a contar es, digamos, un día especialmente horrible, pero no es ni el único, ni el primero ni desgraciadamente el último, y más habitual de lo deseado, lo que pasa es que otras veces me suelo venir arriba con un puñado de Ruffles al jamón metidas en la boca de una vez, como hacía el Piraña destrozando encías y brackets a su paso; una minicharla de cinco minutos con una amiga, tomándonos un vino con prisas como si fuese un chupito de tequila a las 3 de la mañana, o con una camiseta nueva de Zara que ni siquiera me gusta ni es de mi talla, y con eso, se me suele olvidar el desierto de calamidades acumuladas. Lo que viene siendo una mujer de recursos. Pero este día no se olvida ni con un bono de diez sesiones en el psicólogo.
Aquella noche me había acostado sin batería en el móvil y por tanto, era el páter el único encargado de programar la alarma y se ve que pensó que era buena idea ponerla a la hora correcta pero solo para los jueves. A saber. Y no era jueves, claro. La cuestión es que ya por la mañana, me desperté, abrí un ojo y miré el reloj para descubrir que ya hacía más de media hora que debíamos estar despiertos. Drama. Dramón. Con la vena latiéndome en la frente y los ojos dándome vueltas como figuras de tragaperras, desperté a todos y empezó el baile de desconciertos variados de desayunos, uniformes, lavados de caras, peinados y búsqueda de cosas de última hora que es nuestra especialidad, todo a cámara rápida como en la cortinilla de Benny Hill, dándonos empujones por el salón y atando cordones y haciendo coletas a tres manos.
No sin esfuerzo ni sin quema intensiva de células grises, logramos completar la hazaña y cuando ya estaban los tres en la puerta para salir rumbo al cole, el pelirrojo con cara de desconcierto pero con la ansiedad todavía latente de haberse arreglado en diez minutos, se giró hacia mí y me dijo: ‘Mamá, me falta la gorra’ / ¿La gorra, qué gorra? / La gorra, para la excursión ¿Es que no te acuerdas, que hoy era la excursión a la granja escuela? / Silencio. Silencio y drama. Así que nuevamente a correr, quitar el uniforme, colocar el chándal, buscar la otra mochila, el agua grande, el pater preparando la biodramina camuflada en un danonino como a los perros y yo hiperventilando y untándole la crema solar a empujones, todo tan mal y tan poco pensado, que cuando la criatura por fin salió por la puerta era un cromo. Como un miniguiri con un chándal desconjuntado, la gorra de Minecraft que tanto le gusta y que le queda a dos palmos de la cabeza como a Paquirrín y con la cara llena de pegotes de crema como si se hubiese cubierto la cara con espuma de afeitar. Un horror. Pero él contento, con los ojos bailones del efecto de la biodramina, pero contento.
Así que se fueron y yo pude empezar a currar con cierta tranquilidad porque nadie volvía para comer, el pater comía en el curro, la primogénita se iba a casa de una amiga y el pelirrojo regresaba, según rezaba en la autorización a las 16.30 horas. Así que salvo detalles de una jornada laboral ligeramente estresante con colgada de ordenador incluida, todo transcurrió con cierta normalidad o al menos con la relajación de estar sola, que no es poco.
Hasta que tocó ir a recoger al niño y cuando ya estaba preparada para salir de casa, miré, así como quien no quiere la cosa el chat de padres y vi que alguien, hacía como una hora, había escrito ‘Llegaban a las cuatro, no?’ / ‘Sí, sí, a las cuatro’./ Muerte. /¿Cómo que a las cuatro?, escribí indignada. En la nota ponía a las cuatro y media. / ‘Sí, pero lo han adelantado’ me contestó una madre temerosa.
A medio camino entre el ataque de ansiedad y el de pánico miré el reloj, ya eran las 4 y aún estaba en casa. Así que salí corriendo escaleras abajo como Bolt y seguí corriendo por las calles como si le hubiera robado el bolso a alguien, asfixiada al borde la muerte con mi forma física de octogenaria jadeando por las esquinas, cruzándome con madres que ya traían a sus hijos de vuelta y con una monitora del colegio con cara de apio que mirándome jadear me soltó ‘Ya han llegado hace rato ¿eh? Que avisamos que se adelantaba la llegada por la aplicación del colegio. Estuve a punto de arrancarle la coleta y decirle que aquello era mentira, pero me acordé que hacía un par de semanas, después de siete notificaciones de ‘Se ha sabido la lección’, ‘No ha traído el compás’, ‘Punto positivo en Biología’, ‘Debe repasar el pluscuamperfecto’ cada tres minutos, decidí silenciar aquel infierno y claro, se ve que también silencié la posibilidad de llegar a recoger al niño a tiempo. Así que le dejé la coleta en su sitio y huí cabizbaja como malamadre rumbo al bus, donde esperaban muchos otros niños cuyas madres también andarían cogiendo moscas.
El pobre venía como de la guerra, deprimido porque se había dormido durante el viaje y no le habían repartido su pan pegajoso (gracias a Dios por esto), con olor a cabra y lleno de barro hasta las entrañas, pero con la suficiente energía para contarme rumbo a casa y durante más de media hora, lo pormenores del cuidado de las gallinas y conejos que le habían contado en la granja para acabar con la poca salud mental que me quedaba.
Cuando llegamos a casa, la pelirroja ya estaba allí, vestida con sus mallas y su camiseta de deporte y mirándome subir por las escaleras dando bocanadas como un pez fuera del agua para decirme ‘Pero mamaaaá, ¿aún no estás vestida? Me prometiste que íbamos a ir al gimnasio…’ gesticulando como una vecina del Bronx y con los ojos en blanco, mientras yo sin saber si reír o llorar ante aquella revelación, achuchaba al niño cabra al baño para que se duchara con dosis extra de jabón.
Mientras trataba de negociar con la primogénita al borde del colapso, el niño empezó a vociferar desde la bañera que el agua salía fría y tras varios enfrentamientos con el termo, descubrí que, efectivamente, no arrancaba y me decidí a sacar al niño del baño y dejarlo con olor a cabra por tiempo indefinido, pero cuando llegué me lo encontré lleno de espuma hasta las pestañas y no tuve más remedio que darle unos chicatazos de agua fría, con el consecuente riesgo de muerte por hipotermia y con la promesa de utilizar el jabón apestoso que me había hecho en la granja, como moneda de cambio por aquel agravio.
Así que allí estaba yo, con los pelos de Amy Winehouse y la cara descompuesta, sin termo ni agua caliente, con los nervios destruidos y con la pelirroja vestida como Jane Fonda argumentándome por qué no podía romper mi promesa. En un alarde de creatividad, acerté a explicarle que el páter tardaría en venir y que no podíamos dejar al hermano solo y no pude terminar la frase, cuando mi señor esposo apareció por la puerta. ¿En serioooo me pasa esto?
‘Es que esta tarde voy a teletrabajar’. Así que no me quedó otra que disfrazarme de La Rosalía para ir al gimnasio a hacer el ridículo. En estas cuestiones no entraré mucho porque necesitaría uno o dos post completos, que los habrá. La cuestión es que después de casi morir en la elíptica y los dramas en los vestuarios con la pelirroja a cámara lenta, me jodí la rodilla y llegamos a casa casi a la hora de la cena, dando cojetadas y con los pelos chorreando para descubrir, con estupor que estábamos sin luz. Otra vez. A causa de una obra faraónica que están haciendo en la calle y que nos deja sin luz sin previo aviso durante horas.
Y ese día no fue la excepción. Sin agua caliente y sin luz. Pleno. Por suerte, teníamos las linternas de los scouts de la pelirroja y el plan nocturno incluía sentarnos en el sofá, sin un libro ni una serie ni un poquito de secador en el cogote, que me tuve que poner una toalla en modo turbante para no acabar como Carrie, y escuchar las historias interminables sobre gemas mágicas, pantallas de Mario Bross e historias de la crianza de cabras, todo esto comiendo a oscuras mendrugos de pan y algo de queso y embutidos, saltándome la dieta sin necesidad, sin placer y con ganas de asesinar a medio mundo.
Así que cuando ya no pude más y tras varias amenazas sanguinarias a la señora encargada de averías en Endesa, decidí que todos a la cama, que ya habíamos tenido bastante y dándonos empujones por los pasillos, nos acostamos.
Una que tiene maldormir, pensaba que le costaría conciliar el sueño, pero no. Casi de inmediato empecé a pensar cosas surrealistas que es mi paso previo a dormir y caí rendida. Aproximadamente quince minutos. Porque de pronto, en el silencio de la noche se escucharon como un trueno, los disparos interminables de unas metralletas, acompañados de unos gritos muy fuertes que me hicieron incorporarme de la cama como con un resorte de payaso de caja sorpresa y dar una trecha con doble tirabuzón como la Comaneci para averiguar todavía con el pelo mojado y enmarañado, si nos invadían los rusos, los extraterrestres o la banda de atracadores de José Luis Moreno, válgame Dios, con el corazón en la boca para descubrir que es que había vuelto la luz y teníamos la tele en 35 y a todos los vecinos despiertos.
No supe si apagar la tele o tirarme por la ventana y acabar con el sufrimiento, pero decidí secarme el pelo, tomarme un ibuprofeno sin diluir, desgarrándome la garganta con esos gránulos infernales, y meterme de nuevo en la cama. Pero antes de poder acurrucarme, me cegaron con una linterna apuntando a mi cara como si fueran los Geos, pero no, era la pelirroja todavía con el pelo mojado: ‘Mamá, que el niño está vomitando’.
Y hasta aquí puedo leer.
Después de un día como el que cuentas te convalidan cuatro créditos en psicosociología y dos en enfermería, no te digo na… Jaja yo ya me he sacado seis carreras ajaja.
Ufff, y me he dejado cosas en el tintero. Lo peor es que no suelen ser días poco habituales
Madre mía jajajaja… Menudo día que passate!!!
Así hay días. Terribles desde el inicio, ya desde temprano te das cuenta que las cosas no van a marchar bien, pero una es aferrada y sigues duro y dale. Hasta que al final del día optas por caer rendida y temprano en cama, no sea que alguna otra tragedia pueda ocurrir. Animo.
Lo que tendríamos que hacer es volver a la cama a la mínima sospecha, pero no nos dejan, jajaj. Ay.
Jajajjaaa y nada más que añadir señoria. Y aún te han quedado ganas de pasarlo a letras en limpio, lo tuyo es un don, qué arte tienes!! Míralo por el lado bueno Flor.
Lo cierto es que ya soy experta en días así. Hiperventilo pero no muero ya, jajajjaa
¡Madre mía! Con el lunes de flojera que tengo hoy (tras una semana de niño positivo tras la vuelta de las colonias, de renovación de vestuario de adolescente histérica porque toda su ropa le va pequeña y de domingo de festival de primaria), me he agotado todavía más de leerte. Pero..¿Y lo que me he reido?.
Ufff, vamos a tener que pedir doble ración de medicassssión! jajjajaa
Madre mía, qué estrés. Me suena total un día así (yo también tengo dos retoños). Pero qué bien escribes y lo cuentas leche
Muchas gracias! A ver quién nos paga luego el bótox! Jajaj
Ay Flor, vaya día infernal! Qué agotamiento, espero que los siguientes hayan sido más tranquilos para compensar! Pero qué risas por cómo lo cuentas. Gracias por estos ratitos cada lunes.
Gracias a vosotras, bella!
Jajajajaja,no puedo parar jajajaja qué horrible todo jajaja a mí alguna vez me ha pasado lo del despertador y me he tirado todo el día mala,correr así por la mañanas es lo peor que me puede pasar,pero lo tuyo ha sido todo un desproposito desde que te has levantado hasta acostada.
Necesito que me rescaten de esta vida atroz. Un mecenas griego o una pandilla de extraterrestres, pero yo así no llego a los 44, jajjaja
¿Cuando dices que te canonizan?, jajajajaja