Llevo perdida la cuenta de los gimnasios en los que me he matriculado y más aún de las veces en las que me he matriculado en cada uno de ellos, Así soy yo. Una mujer de impulsos. Reúno el papeleo, invierto el dinero que debería gastarme en otros menesteres en un bono anual, semestral o trimestral, nunca mensual por aquello de que así me autogenero un compromiso basado en la culpa. Luego vuelvo a invertir en material, ropa deportiva horrible, botella para el agua que sabe a metal, toallas bonitas que no secan, minigeles todo en 1, incluido pelo crespo y piel seca, y un candado o muy grande o muy pequeño que siempre olvido y que he de comprar el último día, corriendo como las locas a precio de oro. Luego en casa, me emociono viva como cuando empezaban las clases de pequeña, pero voy el primer día con mi cola tirante y mi mochila nueva y ya no vuelvo. Jamás. Al menos hasta que se me acabe el bono y sienta la urgente necesidad de volver a apuntarme porque esta vez sí que sí. Esta vez seguro. Y así en un bucle infinito.
La causa principal de dejar de ir es básicamente la flojera y lo aburridísimo que me parece ir al gimnasio, lo que me complica el horario vital y que los resultados requieren de una constancia que yo no tengo, no voy a engañar a nadie, pero el otro día se me ocurrió que igual si se me diera bien el asunto y luciera en la elíptica como una diosa del cardio en lugar de como una anciana vendedora de droga pues a lo mejor la cosa fluiría más. Es una posibilidad.
Hay que decir en tono de protesta envidiosa que no sé en qué momento el gimnasio ha dejado de ser un lugar al que va la gente que necesita ir al gimnasio (o sea gente ‘estrosá’) para estar lleno de adonis forzudos sacados de anuncios y de supermodelos vestidas con mallas de colores estridentes, abdomen (que no barriga) al aire, maquilladas como puertas y a veces hasta con la plancha hecha. Yo así no puedo. Yo necesito a una señora mayor que haga bicicleta con zapatillas con alza, a un señor barrigón con camiseta de Pryca o a una madre reciente con el culo más grande que el mío, pero de eso ya no hay. Es más en cualquier discoteca de moda hay gente más calluna que en los gimnasios y esto, pues claro, no te ayuda a venirte arriba, sobre todo si yo sigo la moda de los 90 donde una iba a gym hecha un callo malayo.
Os pongo en situación. Cuando me matriculo, me voy derecha a Decathlon y prometo buscar un atuendo decente, pero al final siempre acabo con unos pantalones ciclistas, que ni siquiera sé si siguen llamándose así, y las camisetas más grandes que encuentre, generalmente unas muy feas y muy pobres que vienen hechas una bola, valen 30 céntimos y son malas para reventar. Pues de esas. Y talla para gente de 300 kilos, para sentirme delgada y fluir como la majara que soy. Bueno, pues con mis ciclistas negros, en ocasiones de horrible lycra brillante y mi camiseta vestido saco deformada, porque entre los tironazos que le pego y la calidad nivel Z de la prenda acaba llena de picos raros y deformes, me veo sobradamente preparada, me quito cualquier resto de maquillaje (horror) y me hago la coleta más alta que pueda hacerme y así ya estoy preparada para hacer el ridículo en el gimnasio.
Hay que reseñar que gracias a La Rosalía, el look deportivo que luzco desde 1995 ya no está tan fuera de onda, pero sigue siendo igual de horrible y sin una gotita de pintura, yo, que no voy ni a bajar la basura sin pintar, con la cola tirante y la cara de acelga de las pocas ganas que tengo de hacer deporte, estoy para ver. Sobre todo porque yo soy de las que en cuanto me subo a cualquier máquina me pongo rosa fucsia nivel me va a dar un infarto por lo que el drama estético del que me dejan constancia los millones de espejos que hay siempre en los gimnasios (¿esto por qué?) es muy grande.
Y como soy muy torpe y además no me interesa nada el asunto deportivo, que yo lo que quiero es hacer la tabla rapidito e irme a tomarme un cocacolo a una terraza ya con mi rímel y mi colorete como persona de mundo, pues lo hago todo rápido y mal. Pero siempre, y cuando digo siempre quiero decir siempre, siempre, hay algún guayabo que se empeña en venir a explicarme cómo debo hacer los ejercicios, atento y encantador y al que me dan ganas de asesinar.
Una vez estaba yo sentada en una máquina de aductores con mi cara fucsia y mi look de camello de los 90 y se me acercó un mulato nivel modelo de Calvin Klein para explicarme que no lo estaba haciendo bien y que la placa debía estar más arriba o más abajo y yo abochornada, con mi cara de tomate sudoroso, la vena palpitándome en la frente y mis ojos pitarrosos, pasaba siquiera de mirarlo, fingiendo ser invisible, hasta que el muchacho de buena fe (con mis pintas no podía ser de otra forma) empezó a recolocarme las placas por las piernas y ante aquella fatiga tan grande y tan absurda, no pude más que pegar un salto y levantarme fingiendo que ya había terminado y que tenía absoluta agilidad y me dio un tirón en la ingle que estuve dos semanas cojeando. El muchacho, el pobre, se quedó perplejo viéndome salir dando cojetadas con la camiseta sábana arrastrando y todos los pelos en la cara porque al poco de empezar a hacer deporte la coleta deja de ser tirante para ser más estilo caballero de la Revolución Francesa. En cualquier caso, un drama.
Pues como eso, siempre. Hombres y mujeres del Olimpo que sólo quieren ayudar pero que yo quiero fusilar. ‘Creo que quieres hacer pectorales pero estás haciendo hombros, te voy a explicar…’, ‘Perdona, estás poniendo mucho peso, igual te vas a lesionar, mejor ponlo así…’, ‘Creo que lo estás haciendo del revés’ y así todo el rato. Que a ver, que yo agradezco la intención pero yo y mis pintas queremos pasar desapercibidos pero no nos dejan y como allí la gente ni suda, ni se pone fucsia ni usa las camisetas bola del Decathlon pues soy un animalillo huidizo y asocial.
Así que cuando volví a apuntarme hace un mes, decidí venirme arriba y comprar prendas más molonas, y me hice con unas camisetas más cortitas de Zara de Snoopy, que a ver no es nivel Chanel Slomo que es lo que llevan allí, pero tampoco es la camiseta bola y en lugar de ciclistas, me compré una especie de piratas de Adidas, decidí reforzar la coleta con las gomillas asesinas de la pelirroja y, además, dejarme puesto el maquillaje para al menos tener pestañas y dignidad. A tope.
Pues tampoco. La camiseta, que además era una manta paduana que hacía efecto invernadero, se me subía todo el rato y me dejaba como una Xuxa de los chinos, la coleta era un lifting doloroso que me ha retrasado un centímetro el nacimiento del pelo en la frente, los pantalones me dejaban atrapada la rodilla, por lo que mis movimientos eran aún más extraños y lo peor de todo, a los tres minutos de estar en la cinta, ya era la hermana loca del Jocker, con restos de rimel hasta en la comisira de los labios y unos chorreones de todo sien abajo. Así que cuando el guayabo de turno vino a preguntarme cuántas series me quedaban y vi mi cara de Kimera pasada por agua en el reflejo del espejo sólo me faltó lanzarle un disco a la cara y destrozarle las carillas dentales color blanco azulado.
Vamos, que no vuelvo.
Jajajajajajajaja. A mi también me da una pereza mortal ir. Lo que me funciona es ir con una amiga y quedar. Así te obligas y se hace más llevadero. Pero sí, en mi gym tb va la gente hecha un pincel. Yo he llegado a ir con pantalones de pijama, no te digo más. Mucho ánimo!!!
Ay, es que lo que relatas es «el envagelio», vaya… Da bajonazo total. Yo me borré la última vez con la excusa del COVID y ya no he vuelto, a pesar de que mi hija está venga a insistir, como la Pelirroja, pero de momento me hago la sorda. Eso sí, ando rápido con Marido. Menos rápido que mi madre, dicho sea de paso. Y ayer le hinchamos las ruedas a la bici. Me estoy preparando para el dolor de culo supino que supone, pero estoy medio motivada, quizás solo porque es lunes…
La fauna y flora de los gimnasios es digna de analizar. Entre mis preferidos están esos tíos armarios empotrados en la zona de máquinas que se ponen frente al espejo y se hacen fotos ¿? y echan las tardes enteras allí sentados mirándose los bíceps y tratando de comprender porque las personas como yo seguimos vivas.
Jajajjaa Yo creo que gracias a las carcajadas que me has sacado ya he cumplido con el gym por hoy. Me consuela mucho saber que no estoy sola jajajj. Suscribo cada palabra tuya en mi defensa. Para mi condena añadir que todo el rato pienso en la tableta de chocolate que me voy a zampar cuando llegue a casa, lo siento, pero sin mi dosis diaria no soy persona. Bueno, esto cuando iba…Ahora recuerdo que tengo que volver, que me veo muy floja…y así no se puede…Buen lunes Flor
Yo he pasado un gym jamás, lo pienso y meda fatiguita. Voy a caminar cuándo puedo y me dejan, que si en invierno los días de mucho frío, cuando llueve, la alergia a las gramíneas y olivos, en verano cuando hace demasiado calor. Vamos que al final camino poco. Me he comprado una bici para ir al trabajo con ella, aquí ya con el calor infernal no se puede y así me va.
Jajajajaja Yo me propuse una vez ir a hacer pilates para quitar el dolor de espalda.. Hice un bono para 3 meses, juré ir y a la segunda semana no podía con mi vida… Peroooooo yo los lunes miércoles y viernes a la hora de pilares, no cogía el teléfono ni a Dios, no encendía WhatsApp para que nadie me viera en línea y incluso lavaba ropa de gym para que nadie me echara en cara que no iba jajaja Te lo juro, fueron 3 meses estresantes de mentiras perooooooo nadie se entero y pensaron que por primera vez en mi vida había ido a hacer deporte .. 🤣🤣🤣🤣 Una y no más, jamás me volveré a apuntar a nada porque se que sería tirar el dinero…