Siempre he sido más de Feria que de Semana Santa y, después de dos años sin catarla por la pandemia, lo suyo es que estuviera loquita por catarla. Pues no. Es curioso porque yo soy persona de quedarme con lo bueno de las cosas y olvidar nivel Alzheimer toda la parte mala de personas y experiencias pasadas, y no es fruto de terapia ni esfuerzo, me pasa y ya está y no suele ser tan bueno como parece porque aprendo poco de las experiencias y volver a clase de spinning, de la que has rehuido cuatro veces medio lisiada, sólo recordando las risas al no poder pedalear de pie cual octogenaria, es volver a sufrir la humillación y el dolor articular en un bucle sin fin.
Pues con la Feria me pasa justo lo contrario, siendo yo feriante, este año le tengo pavor. Al calor extremo, a las hordas de personas, a la Despechá y a los pelirrojos ‘desbocaos’ suplicando montarse en atracciones que prometen la muerte, transportando globos y con la cara llena de buñuelos. A mi hermana lampando por que vayamos a una caseta a darlo todo aunque sea con la prole, mis amigas esperándome con sobredosis de Rebujito, mi madre fingiendo que no quiere Feria pero con un plan más elaborado que el de un ladrón de arte y yo loquita por pillar un taxi y huir a mi casa con mi aire a 20 grados hasta que sea invierno.
Pero da igual lo que yo quiera, porque a la Feria hay que ir se quiera o no se quiera. Hay que pasar calor, sudar, beber Cartojal, bailar sevillanas, comer jamón y queso, montarte en el Látigo, comer buñuelos, gastarte los cuartos en conseguir un peluche de los chinos, quedar con mil personas en mil sitios diferentes, hacer cola en las casetas, comer otra vez y beber y bailar y cuando ya creas que tienes muñones en lugar de pies, huir a tu casa hasta el día siguiente.
Los días que voy sola, y cuando digo sola quiero decir sin niños, la cosa pinta mejor. No se quita el calor ni las bullas ni los guiris entusiasmados vestidos con un delantal de flamenca, pero al menos y como diría la mamma ‘una va con su cuerpo’ sin tener que cuidar de nadie, sólo entregada a la fiesta, al cante, al baile, al vino y al cachondeo, que yo soy mucho de estas cosas. Pero cuando toca Feria de noche, que es a la que los niños quieren ir porque ellos pasan del Centro y de las casetas del Real, de los verdiales y del revuelo de volantes, la cosa cambia. Ellos sólo quieren montarse en doscientos carricoches (esto es atracción en Málaga) y ponerte el corazón en la boca, señalándote las diferentes maneras de morir que han elegido.
Yo he sido asustona para estas cosas desde siempre y a lo máximo que aspiraba en mi juventud era al Saltamontes y a una montaña rusa si era lo suficientemente pequeña para que la gente no la considerara como tal, pero ahora sudo hasta para montarme en el Tiovivo.
La pelirroja, que no sé de dónde ha salido, se monta en todo lo que da vueltas y te pone los órganos del revés, a pesar de que yo me invento historias de cuánta gente ha muerto en esas cosas porque yo soy una buena madre generadora de traumas. Pero a ella le importa un pimiento y compinchada con el primísimo o el páter -que en realidad tampoco es fan de esas atracciones pero finge para ser macho alfa- se monta en cosas horribles y yo, junto al pelirrojo, deprimido porque no da la altura, les esperamos de espaldas a la atracción en cuestión porque no soy capaz ni de verlo.
Así que los niños, después de fantasear con la muerte, sobre todo la primogénita, más por compasión que por ilusión, me dicen de montarnos en carricoches de viejuna, léase el Látigo -el favorito de la mamma-, el Gusano Loco, los Coches de Choque, el Trébol y otras basurillas similares en las que yo me vengo arriba al ritmo de Camela.
Pero claro, la edad no perdona y las cervicales menos, y ahora estas atracciones en las que me sigo subiendo por aquello de la emoción ferial, son peores que el Martillo o la Jaula, porque aunque no me provoquen un infarto de miocardio, me dejan con las cervicales malheridas, el cuello como Robocop y con la mala cara de Pinocho cuando se fumó el puro, mareada como si fuese en un barco vikingo de los de verdad y con ganas de vomitar el desayuno de 1997.
Pero finjo para no ser un muermo y haciendo eses ,que la gente se cree que voy borracha, salgo del Pulpo para subirme a los Coches de Choque, una atracción que jamás he logrado dominar, así que acabo encajándome en una esquina o, en su defecto, me quedo dando vueltas sobre mí misma hasta que, después de comerme el volante quince veces de los empujones que me dan los adolescentes malvados por detrás, tiene que venir el dueño a sacarme del embolao y completar mi humillación, arrastrando mi dignidad y mi cuello colgante fuera del coche.
Así, que visto lo visto, igual este año en lugar de en los engañosos carricoches de señora, que me dejan lista para 20 sesiones del fisio, elijo subirme en uno de los peligrosos, igual en la caída libre, que dicen que hay mucha gente que se desmaya y quizá tenga suerte y me despierte en Navidad.
Jajajaja debe ser cosa de la nueva generación o algo así porque la mia mayor se monta en todo, que fuimos a Disney y no dejó una montaña por catar, y claro, ahora las de la Feria le parecen pan comido y son un rollo. Ni ganas de morir tiene invirtiendo su eje, su cerebro y demás órganos internos.
Yo soy como tú y este año me monté en el látigo y fui malota.
Y podría escribir un post sobre el domingo de feria y la afluencia de público al Real en una jornada asfixiante de calor y con el cartel de aforo completo siendo pioneros en el otro de “no hay hielo”. Unos visionarios.
Jajjajaja, me encanta lo de ser malota en el Látigo…
Jajaja, los míos han salido igual de inconscientes y aventureros que sus padres, no hay nada que te ponga cabeza abajo que no hayan probado.
El problema, que aunque su padre y su madre les siguen el juego, tener más de 40 y dos preadolescentes te hace viejuno y ya ves las atracciones con respeto y te bajas con el mareito del golpeteo en esas contracturas cervicales que te dejan borracha para toda la tarde. Ay, qué mala es la edad!
Jajajja, al menos tú no eres asustona. Yo uno el miedo a las cervicales destruidas!
Jajajjjj Sí hay que ir se va…Con todas las consecuencias. Disfrútala, que ya verás como la echas de menos en Navidad…💋
Esperaba yo en candeletas este post sobre la Feria desde que la vi en la tele. Incluso se lo comenté a Santi: «Seguro que el post de Flor del lunes es sobre la Feria…»
Los que tenemos ya una edad pero hijos que abren y cierran el parque de atracciones subiendose a cada atracción en bucle, necesitariamos una sesión doble de fisio y spa. O una celda en un monasterio…
Me apunto a las dos cosas, jajaja
Seguro!!
No te quejes, que una vez a mi ex se le ocurrio, aparte de todo lo que cuentas, llevar a mi entonces suegra luego de un acv, que no la privaba de romper la paciencia de Buda, la hermana embarazada, y el haciendo de alegre anfitrion. A punto estuve de de arrojarme a las vias del gusano loco,que martirio por las barbas de mi tia la bigotuda!!!
Madremíaaaaaa, yo hubiera muerto! jajjaa